El viento ha cesado. La
luna ilumina tu ventana a través de unas nubes dispersas,
deshilachadas. La noche tranquila, callada. Su silencio invade la
habitación, tan solo el ruido del teclado y el de alguna tos lejana
llegan a tus oídos.
Buscas la palabra justa,
la expresión precisa (la obsesión por lo conciso siempre te ha
rodeado) con la que plasmar el desconcierto que te atrapa, ese
cansancio familiar ante tanto dolor y tanta penuria. Das palos de
ciego y no encuentras salidas, solo vislumbras un espacio sin luz,
espacio en el que la iguana de Garcia Lorca devora lentamente los ojos de
aquellos que no sueñan, de aquellos que perdieron el impulso vital
bajo horas perdidas por la rutina, por la eterna repetición de los
mismos agravios.
El viento ha cesado y la luna ilumina las montañas de basura, donde las cucarachas pululan a sus anchas devorando los restos que no se comió la iguana.
El viento ha cesado y la luna ilumina las montañas de basura, donde las cucarachas pululan a sus anchas devorando los restos que no se comió la iguana.
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