"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

miércoles, 16 de mayo de 2012

Programado. Relato


Pulsó el interruptor del baño. Un haz de luz le cegó, por un instante, los ojos. Se miró al espejo y observó la barba que se dibujaba en su rostro. Abrió el grifo del agua caliente y se enjabonó la cara. Decidió aprovechar el momento y afeitarse, era un acto que ejecutaba por sorpresa, sin ninguna periodicidad marcada.
Mientras se calentaba el café preparó una tostada. Después del desayuno, se dispuso a leer la correspondencia atrasada, acumulada en el buzón tras quince días de ausencia. Cientos de cartas que, sin abrirlas, fue tirando una tras otra a la papelera, hasta que un sobre oscuro llamó su atención. Sin saber porque la guardó, sin abrirla, en el cajón del escritorio y se marchó a la calle, era tarde y necesitaba una copa y algo de anhídrido carbónico.
Días más tarde el sobre seguía olvidado donde lo había dejado, pero parecía haber influido en su quehacer cotidiano. Desde entonces el reloj y los periodos fijos marcaban su rutina: cada cinco horas comida, ocho horas justas de sueño de once de la noche a siete de la mañana, cada cuarenta y ocho horas afeitado con una duración de diez minutos, una ducha de cinco minutos a las once menos cuarto de la noche, de diez de la mañana a dos de la tarde trabajar, de cinco a ocho de la tarde un paseo. Así, día a día, semana a semana fue ajustando el tiempo, pautando su vida, hasta que ni el más mínimo segundo, ni el más imperceptible gesto quedó fuera del orden que le había invadido. Se hallaba programado.
Encendió la luz de la mesilla, miró el reloj, las tres de la madrugada. Tras diez meses de horarios fijos se había despertado a destiempo. Se levantó y fue al estudio, se sentó ante el escritorio, introdujo la llave y abrió el cajón, el sobre seguía allí esperando. Nunca llegó a saber que contenía, tiró el sobre a la papelera y salió en busca de un café y algo de aire fresco.

viernes, 4 de mayo de 2012

Crónica de un desajuste. Relato


Brilla un sol sofocante y además llueve. Empapado de sudor y lluvia, enfundado de asombro y perplejidad camina perdido. No sabe que pensar, ¿donde se halla?. Su memoria, entre rayos de sol y cortinas de agua, regresa cien, doscientos, mil metros. Su casa, las llaves, el café, la ducha, la alarma del despertador. Todo cotidiano, normal, metódico, ¿dónde puede hallarse la clave de este desajuste que lo desorienta? Si todo lo ha ejecutado en los tiempos precisos, con el ritmo adecuado, con la repetición exacta que provoca la costumbre ¿a qué viene esta fusión solar y acuosa que envuelve su recorrido diario? Decide revisar todos los datos, tiene que averiguar donde ha errado.
Consulta el reloj...¡Horror!, lleva más de diez minutos de retraso, la climatología le ha afectado. Analiza mentalmente sus últimos pasos y, ante su asombro, comprueba que ha perdido la sincronización adquirida a lo largo de los años. Se sienta en el escalón de un portal e intenta poner orden a las cosas, pero, ¡joder! el hecho de sentarse ya es una concesión al caos. Decididamente algo se ha desajustado, algo que como no corrija con rapidez desbaratará toda su tranquila existencia.
Mientras repasa notas y datos, que ordena buscando el error que ha provocado tal desbarajuste, no percibe la confusión que lo paraliza. Mientras sigue buscando respuestas que no encuentra, pierde la noción del espacio y se le para el reloj, ese artilugio que regula y da orden a su vida.
Anochece, la lluvia escampa y el sol se oculta. Se siente cansado, la barba ha hecho aparición en su cara, manchas y arrugas inundan su traje, las ojeras acompañan su mirada. Ya nada importa, sigue sentado, pues ha perdido el tiempo, la orientación y hasta las ganas de seguir.