La ciudad duerme... Tic, tac, tic, tac, un reloj marca el ritmo, la cadencia. Sorbo a
sorbo apura la séptima copa de la noche. Su cerebro, entre humo,
música y alcohol. Sus piernas, entre montañas de colillas de las
que surgen universos y sueños... El sabor de la aventura, ese
circulo monótono, inamovible, cotidiano: de la cama al bar, del bar
al trabajo, del trabajo al bar, del bar a la cama.
La ciudad duerme... Tic, tac, tic, tac, la
llave en la cerradura. Paso a paso arrastra su calva, su incipiente
calva alcohólica al regazo de una cama vacía.
La ciudad duerme... Tic,
tac, tic, tac, el reloj puntual hace sonar la alarma. Las seis de la
mañana. Mecánicamente arrastra su barriga hasta el retrete, sus
manos indecisas al grifo del lavabo, sus ojos saltones al espejo. Se
afeita, se viste, toma un vaso de agua.
La ciudad despierta... Tic, tac, tic, tac, despacio, el reloj regula el ritmo sanguíneo. El
bar, un cantueso, un café... El día despunta.