Brilla un sol sofocante y
además llueve. Empapado de sudor y lluvia, enfundado de asombro y
perplejidad camina perdido. No sabe que pensar, ¿donde se halla?. Su
memoria, entre rayos de sol y cortinas de agua, regresa cien,
doscientos, mil metros. Su casa, las llaves, el café, la ducha, la
alarma del despertador. Todo cotidiano, normal, metódico, ¿dónde
puede hallarse la clave de este desajuste que lo desorienta? Si todo
lo ha ejecutado en los tiempos precisos, con el ritmo adecuado, con
la repetición exacta que provoca la costumbre ¿a qué viene esta
fusión solar y acuosa que envuelve su recorrido diario? Decide
revisar todos los datos, tiene que averiguar donde ha errado.
Consulta el
reloj...¡Horror!, lleva más de diez minutos de retraso, la
climatología le ha afectado. Analiza mentalmente sus últimos pasos
y, ante su asombro, comprueba que ha perdido la sincronización
adquirida a lo largo de los años. Se sienta en el escalón de un
portal e intenta poner orden a las cosas, pero, ¡joder! el hecho de
sentarse ya es una concesión al caos. Decididamente algo se ha
desajustado, algo que como no corrija con rapidez desbaratará toda
su tranquila existencia.
Mientras repasa notas y
datos, que ordena buscando el error que ha provocado tal
desbarajuste, no percibe la confusión que lo paraliza. Mientras
sigue buscando respuestas que no encuentra, pierde la noción del
espacio y se le para el reloj, ese artilugio que regula y da orden a
su vida.
Anochece, la lluvia
escampa y el sol se oculta. Se siente cansado, la barba ha hecho
aparición en su cara, manchas y arrugas inundan su traje, las ojeras
acompañan su mirada. Ya nada importa, sigue sentado, pues ha perdido
el tiempo, la orientación y hasta las ganas de seguir.
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