Había oído hablar de la
amargura del triunfo, de la soledad de la victoria... de esa desazón,
de esa nausea que ahora le invadía y le oprimía la garganta.
Por primera vez, creía
Jonas, haber luchado, quizás, haber atacado sin cuestionarse
medios, sin reparos, para defender algo que sentía como propio, algo
que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar. Tras personificar al
enemigo, lo había acorralado y obligado a rendirse, a renunciar...
Sentía que había ganado, pero no era capaz de saborear su exito.
Varios días que le
parecieron meses tardó en decidirse, siempre había sido vago y
dubitativo. Recogió unos libros, dos o tres, los que creía
imprescindibles, un bolígrafo, papel, un muda y algo de dinero, no
necesitaba más equipaje. Compró un billete solo de ida, ropa nueva
y subió a un tren.
Una vez sentado en el
departamento, por primera vez en varios días, la calma envolvió su
cuerpo. Mientras abría uno de los libros, el tren comenzó a moverse
y una sonrisa se fue dibujando en sus labios.
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