Hace bochorno y oyes como
el canto de los grillos, “cri, cri” , inunda la noche. Intentas
averiguar de donde viene, no lo logras, pues según parece lo emiten
en una longitud de onda similar a la distancia que separa, entre si,
a nuestros oídos, algo que dificulta su localización. Cierras
los ojos e imaginas a los grillos frotando sus alas para atraer a las
grillas, “cri, cri”, “estoy aquí y soy grande”. Siempre la
misma historia, la eterna danza del amor y del deseo.
Abres los ojos y piensas,
quizás alguno de esos grillos sea Titono, hijo del rey de Troya,
convertido en inmortal por Zeus a petición de Eos, diosa de la
Aurora, perdidamente enamorada del muchacho. Mas se olvidó pedirle
también la juventud eterna, por lo que Titono, con el paso del
tiempo, envejeció y se arrugó hasta convertirse en un grillo, un
grillo que ya no canta “cri, cri” sino “Mori, mori”. Desde
entonces, al amanecer, Eos, cuando lo escucha, llora en silencio y
sus lágrimas mojan la hierba.
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