De niño buscaba en los rincones, lejos del ruido y lejos de la casa, la calma perseguida, la complicidad del aire, el lento paseo por sueños inventados, al compás de un zumbido monótono y cotidiano; compás capaz de transportarlo más allá de una realidad que anulaba el deseo. Leía textos escritos en papeles manchados, papeles que ocultaba como quien oculta un tesoro. Buscaba en esos rincones la puerta dibujada con trazos indecisos, la puerta que llevaba al trino de los pájaros, al fruto de las malvas o al canto de los grillos. Dormía en las cunetas a salvo de relojes. Al atardecer, su madre lo buscaba, “¿por qué te escondes para comer esas cosas? un día te vas a poner malo, ven a casa que es hora de acostarse”. El sol ya se escondía, la noche acechaba sus piernas desnudas y su boca... entreabierta con sabor a malvas o huesos de albaricoque.
sábado, 21 de junio de 2014
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