Cuando subes al castillo
de Chinchilla después de serpentear por sus calles empinadas y miras
al oeste, contemplas el mar de la mancha, un mar plagado de colores,
el verde vivo del trigo y la cebada, el rojo de la tierra, el verde
oscuro de la carrasca, el gris de las tierras cercanas al horizonte,
el azul del cielo y el amarillo del sol que desciende despacio. Son
casi las ocho de la tarde y te sientas mirando a poniente como otras
personas a tu alrededor, no miras fijamente para no quemarte la vista
mientras esperas la maravilla del ocaso. Sopla una brisa fresca,
estas en el mes de abril, hace frio y recuerdas, te lo contaban de
pequeño, que en ese castillo, convertido en penal durante muchos
años, los presos morían de frio con la complicidad de los gobiernos
de turno. La fortaleza domina todo el plano, enclavada en uno de los
pocos montículos del lugar, que como islas emergen en este mar de
tierra, cereales y carrascas. El sol ha perdido fuerza y ahora lo
miras sin miedo. Poco a poco va escondiéndose y percibes la
sensación de que no es él el que se mueve, es la tierra y tu con
ella quienes os alejáis en dirección contraria, en dirección al
este. Hoy por primera vez has percibido el movimiento de rotación y
recuerdas la famosa frase que pronunció Galileo, tras ser obligado
por la inquisición a adjurar de sus teorías heliocéntricas, “ Y
sin embargo se mueve”.
domingo, 19 de mayo de 2013
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