Debe ser la edad, con los años uno se vuelve cómodo y algo quisquilloso, o algún virus de esos que tanto abundan, pero a pesar de intentarlo, juro que lo intento con ganas, aún no me acostumbro a que el despertador me llame a las 5 de la mañana y eso que ya han pasado dos semanas desde que me dieron el alta.
Aún no me acostumbro a vivir, y ya llevo 50 años, en un país dominado por la ambición estrecha, el negocio rápido y “que arregle el asunto quien venga detrás”.
Aún no me acostumbro, y ya va siendo hora, a habitar en un mundo donde la rapiña campa por sus anchas, donde la manipulación informativa es desayuno diario.
Aún no me acostumbro, y espero no acostumbrarme nunca, a los burócratas del FMI, sacerdotes de la nueva iglesia, la que acabará por unificar a todas las viejas religiones bajo la bandera de la eficacia económica, la des-regulación laboral y la privatización continua.
Aún no me acostumbro, de verdad que lo intento y no puedo. Quizás por ello estoy hasta los huevos de los guros de la economía, esos neoliberales amantes de las subvenciones, que después de chuparnos la sangre, y si no que se lo pregunten a los argentinos o a los griegos entre otros muchos, se presentan como la única alternativa, la salvación profetizada.
¡Nosotros o la barbarie!, vociferan. Al oirlos dan ganas de gritar: ¡VIVA LA BARBARIE!
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