Las doce de la mañana. Un domingo cualquiera. Sentados, beben unos vinos entre olivas y verduras asadas, entre platos y vasos vacíos, entre recuerdos e ideas amadas, entre derrotas, enfermedades y demás equipaje. Afuera el frío arrecia y son tiempos duros. Adentro, en la mesa del bar, proyectos con aroma de alcohol y bolígrafo, relatos de violencia y vacío. La literatura como refugio, la palabra como vehículo en esa charla dispersa que detiene el tiempo y permite que cojamos aliento.
domingo, 23 de enero de 2011
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