"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

sábado, 10 de julio de 2010

Una tarde tranquila. Relato

Era una tarde tranquila, mejor dicho, monótona. No había ocurrido nada que hubiera despertado su interés.
Años dedicado a la observación y vigilancia le habían creado el hábito de mirar sin descanso, podía estar horas y horas hasta que acaeciera lo esperado.
“Llevo apoyado en la ventana desde que terminé de almorzar y ya anochece, por lo que debería ir a la cocina y preparar algo de cena”,-pensó-, pero la sensación de que algo se cocinaba tras aquella calma lo retenía. No sabía el porqué, tan solo le inquietaba, le producía una curiosidad que debía de satisfacer.
Aunque era una calle apartada del bullicio, de la vorágine de la ciudad, nunca la había visto tan desierta, tan callada. Tres coches habían circulado por ella desde que él se asomara, no había visto pasear a nadie y solo un gato había roto el silencio. Las casas parecían vacías, ninguna luz se filtraba por las ventanas, ningún ruido, ningún movimiento, tan solo la brisa mecía de vez en cuando las hojas de los árboles. Y a pesar de eso él seguía allí, sentado, seguro de que tarde o temprano algo iba a suceder.
La tarde murió tranquila, tranquila llegó la noche y tranquilo amaneció el día. Encontraron al anciano muerto, apoyado en la ventana, con aspecto relajado, como esperando a que pasara algo, quizás no escuchó el aviso, no se coloco la mascara y murió por la nube de monóxido de carbono que cubrió la ciudad poco antes de anochecer.

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