"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

sábado, 7 de agosto de 2010

Una noche en el desierto

Desierto de Tabernas y Gergal. Paraje formado por suelos diversos, desde los micaesquistos del precámbrico a los conglomerados del cuaternario, pasando por las arenas del plioceno o los yesos, areniscas y margas del mioceno. Terreno duro, erosionado y habitado por conejos, liebres, perdices, alacranes y hormigas. Intrincada red de ramblas, pobladas de adelfas, tarays, azufaifas y retamas. Territorio de cortijos abandonados, restos de un pasado duro, de hambre y vida al limite, de emigración.
Su belleza, para nosotros, radica en ello, en ser un espacio que ha llegado al limite. Un lugar que no engaña, que exige y recompensa con un rico y complejo mundo en sus barrancos, entre sus rocas.
La luna ilumina el paisaje. Oscuras, pausadas, las siluetas de los cerros imponen. Debajo, a nuestros pies, como heridas profundas hechas por el agua, las ramblas, donde se oye croar alguna rana, donde al amanecer fluye la vida esquivando al sol. Por ellas, como autenticas autopistas del desierto, circulan los vehículos, los hombres, los animales y a veces de forma abrupta el agua. Fuera de ellas el sol lo domina todo y tan solo el esparto, el tomillo y algún que otro conejo osan disputarle la hegemonía.

1 comentario:

  1. el próximo va a ser más chulo, vamos a ir desde el empalme de tabernas hasta fuentesanta.

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