"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

miércoles, 4 de agosto de 2010

El vicio de escribir

Dicen que el cerebro, que rige nuestros destinos, no busca la verdad, solo busca la coherencia y para ello falsifica, inventa y si es necesario borra aquello que molesta, con el único fin de recrear nuestra biografía de una manera compacta, con sentido. Para este proyecto se vale de la memoria, una memoria selectiva que utiliza solo el material apropiado. 
Algunas veces se cuelan recuerdos que no encajan, que distorsionan el discurso y es necesario lijarlos, moldearlos, tallarlos,  y la escritura es una herramienta, una gubia, un formón, una lima, útil para tal cometido. 
Escribir suele ser un vicio que puede volverse oficio. Una necesidad fisiológica de juntar palabras, que encajen entre ellas e impregnen al texto de un sentido, de un ritmo y si es posible de una belleza capaz de limar las aristas provocadas por la vida. 
Llevo unos treinta y cinco años escribiendo, garabateando en el papel o tecleando en el ordenador. Treinta y cinco años recurriendo a esta pomada, a este analgesico, soñando con escribir algo grande, algo hermoso. 
Comencé con versos, poemas de adolescencia, impetuosos, grandilocuentes, que acabaron diluyéndose con el paso de los días. Acabé en unos cuadernos, a modo de diario, repetitivos y torpes, en los que alguna que otra página merece una segunda lectura. Ahora deambulo por este blog, diario público que no lee casi nadie. 
Ha cambiado, a lo largo del tiempo, el medio, la forma y si me apuras el estilo, pero el poso es el mismo, la repetición es constante y las obsesiones están ahí esperando cualquier escusa para plasmarse.

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