No tengo buen oído, lo reconozco. Cuando estudié solfeo, funcioné hasta que el profesor me exigió entonar por un lado y marcar el compás por otro. Superaba las lecciones gracias a la memoria y a la estrategia de seguir el ritmo que marcaba el piano, pero cuando el profesor se puso exigente el truco se vino abajo, se desmoronó.
Todo esto viene a cuento porque esta mañana, paseando a la perra, escuché a lo lejos tambores, un estruendo rítmico y consistente que me creó cierta inquietud, pues no sabía si eran tambores festivos o de guerra, dado que los tiempos que corren no son para fiestas deduje que debían se guerreros, las falanges neoliberales ensayando sus desfiles victoriosos.
Un sudor frío empezó a recorrerme la espalda, un presentimiento se adueñó de mi ánimo, me hallaba confuso, indeciso, perplejo. Estaba paralizado viendo la que se avecinaba, cuando un ruido conocido me devolvió a la realidad, eran las cinco de la mañana, el despertador me había salvado de un mal sueño y todo estaba como de costumbre. A mi lado dormías plácidamente. Me levanté y fui al baño, la perra me observaba desde su cojín, como todas las mañanas. Mientras intentaba reconocer mi cara en el espejo comencé a afeitarme, necesitaba un cambio para afrontar el día, para superar el sueño. Pero ¿era un mal sueño o una realidad que nos acecha?.
Vivimos tiempos difíciles, tiempos sin lírica, como hace años “golpes bajos” nos anunciaban. Tiempos extraños donde, cautiva y desarmada, la izquierda claudica, humilla la cabeza, desconcertada y triste, ante el dios omnipresente: el mercado.
Encendí la radio,“De la cacería, dos están fuera, Bermejo y Garzón, pero que se tienten la ropa porque vamos a ir contra los que han roto el estado de derecho”, apagué la radio, decididamente se acercan malos tiempos para la lírica.
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