Son las cinco menos diez de la madrugada. ¡Puto despertador!. Está oscuro y ya refresca. Me levanto con desgana, me lavo la cara y me siento en la taza del water a esperar un milagro, que el reloj se atrase dos horas y pueda dormir cuando haya terminado.
Ahí sentado, cientos de azulejos me observan, cientos de caras, de ojos y narices turquesas, de miradas fijas y expresiones serias. Rostros estreñidos, que envidian mi situación, incapaces de sentir el placer que yo siento. Inertes, rígidos, condenados a la contemplación y al recelo.
Terminada la operación, tiro de la cadena, me lavo las manos y apago la luz, dejandolos perdidos en la oscuridad. Relajado me vuelvo a la cama, he recordado que es sábado y no trabajo.
jÁ. Es bueno, me recuerda a un viejo minirelato mío llamado El deber cumplido. (se nota que no curras los sábados)
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