Un domingo, una esplendida mañana de febrero.
Lejos, muy lejos, unas olas, una duna, una gaviota revolotea.
Tomas el sol, observas a tu alrededor y los ves a todos, relajados, tumbados, mojados... sin penas.
Un barco sale del puerto. Habría que venir con más frecuencia, sentarse aquí y no hacer nada, tan solo mirar o cerrar los ojos, que más da.
Cerca, muy cerca, unos ojos, unas manos... un puñado de arena.
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