"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

martes, 26 de abril de 2011

Relatos de un asesino 10. El error

En este oficio hay que mantenerse frío, no tomar partido, ejecutar el encargo y cobrar, pero debo de estar haciéndome viejo pues últimamente pierdo la frialdad con cierta frecuencia. Algo que me ha llevado a cometer un error que tarde o temprano pagaré.
Las había visto con frecuencia en las afueras de la ciudad. Apostadas en los arcenes de las carreteras, ligeras de ropa, esperan la llegada de algún cliente. Perdidas en un mundo inhóspito, inseguras, rotas por dentro..
Aquella noche hacía mucho frío, no entendía como podían aguantarlo, bromeaban entre ellas, se insinuaban a los conductores, esperaban la llamada oportuna, la acaricia fingida, el dinero “fácil”, el dolor soportado.
Nunca me había parado, era mejor no hablar con ellas, mantenerse a distancia intentando averiguar quien o quienes las “protegían”, quienes a base de palos e intimidaciones lograban atarlas al asfalto, al relente, al polvo mecánico.
Nadie me había encargado hacerlo, no sacaba nada a cambio, no era profesional, era inútil. Pero por alguna razón, quizás absurda, quizás idiota, estaba allí, dispuesto a actuar.
Tras meses de espera había logrado identificarlos, eran tres, al menos eso supuse, y los tres probaron mi navaja. Fue un acto limpio, inmaculado, pero... incompleto. No advertí y ese fue el error, que tras ellos había otros. Otros con más poder a los que había enseñado mis cartas.

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