Se abotonó la gabardina y se dispuso a deambular un día más. Estaba cansado de recorrer esas malditas calles, monótonas, lineales... cuadriculadas. Se encontraba como atrapado en un laberinto estúpido, sin saber la razón, el porqué de esa aventura. ¿Aventura?, mas que aventura era rutina, obsesión y un sin sentido pegajoso del que no sabía escapar. Cruzó una calle, ¿cuantas veces habría cruzado esa calle?. Sonaron uno, dos, tres cláxones, ya le era familiar ese sonido. Escuchó el chirrido de unos frenos, era como un “buenos días” algo histérico. Sintió un fuerte golpe en un costado y luego el impacto de su cabeza contra el asfalto. El tiempo se paró en ese instante y vio ante sus ojos, tras casi un mes de búsqueda, el lugar deseado que poco a poco se teñía de sangre.
domingo, 24 de enero de 2010
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