(Versión larga del relato publicado el pasado 11 de junio)
"La carne rebozada fría no vale nada, mejor prepararé una tortilla de patatas". Vertió un buen chorro de aceite y a fuego suave fue pochando la cebolla mientras pelaba y cortaba las patatas, las cortaba muy finas para que se unieran bien al resto de los ingredientes, las añadió a la sartén y removió con suavidad, echó un poco de sal y las tapó para que el vapor las reblandeciera.
Cascó cuatro huevos en un bol y los batió con energía, cuando los tuvo a punto de nieve, agregó a ellos la fritura y mezcló todo durante unos segundos. Calentó a fuego fuerte una cucharada de aceite en la misma sartén y volcó en ella la mixtura de patata, cebolla y huevo. Bajó el fuego y esperó unos minutos.
Con la ayuda de un plato llano dio la vuelta a la tortilla y con una espátula de madera fue ajustando los bordes hasta conseguir darle forma circular. Volvió a voltearla, esperó a que se dorara un poco y apagó el fuego, dejándola en un plato a que enfriara. Tenia un aspecto fantástico, de una redondez casi perfecta, brillante por fuera y jugosa por dentro.
Entonces, solo entonces, se acercó a la terraza, era un día esplendido, el sol iluminaba el rostro y una suave brisa refrescaba la mente. Se encaramó a la barandilla y miró el jardín a sus pies, lleno de flores de variados colores. Saltó al vacío y en el trayecto, antes de tocar el suelo, solo lamentó no haberle recogido la cocina.
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