"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

sábado, 14 de mayo de 2011

Crónicas patrias. El signo de los tiempos

“Tienes muchas posibilidades, tan solo tienes que luchar”, le dijeron sus profesores el día de su graduación. Con un buen expediente académico y muchas ganas salió dispuesto a comerse el mundo. Comenzó con pequeños trabajos, trabajos en practicas, poco sueldo, muchas horas y “un futuro prometedor”, le decían. Cada trabajo que cogía era más exigente que el anterior, pero con perspectivas más altas, “acabaras en puestos de responsabilidad, tienes capacidad para ello”, solían asegurarle en cada empresa antes de despedirle para no hacerlo fijo. Su ímpetu no decaía. “Es cuestión de tiempo”, se repetía mientras buscaba un nuevo empleo. Con el tiempo, intentando demostrar su valía, se vio envuelto en la carrera, la lucha por el éxito la llaman. Corría por inercia como todos, era lo normal, habían sido educados para ello, la propaganda les empujaba a seguir, el triunfo les esperaba, era el signo de los tiempos, correr, correr...correr.
Una mañana se paró, más bien una duda le hizo parar, “¿qué hago yo en esta carrera infernal?”. No lo sabía, no encontró la respuesta pero desde ese momento estuvo perdido. Se encontraba indeciso, falto de convicción, “no debía haber permitido esta intromisión, este desvarío”, pensó. Se dio cuenta del error, era necesario continuar, seguir corriendo, no dejarse atrapar por la duda. Volvió a la carrera, pero su ritmo ya no era el mismo, perdía posiciones y acabó en el pelotón escoba, rodeado de individuos que intentaban no perder el tren. Algunos, como él, habían terminado allí por culpa de las dudas. Otros, habían nacido en la cola, estaban acostumbrados a resistir y luchaban, insultaban, mordían, empujaban, todo por no caer, por no llegar fuera de control, sin derechos, sin posibilidad de tener coche de apoyo que recogiera sus huesos cansados.
Un buen día se cayó, un traspié o un empujón, quien sabe, lo expulsó del grupo. Levantó la mirada, vio alejarse el pelotón y con él los sueños, evaporados con las gotas de sudor. No se preguntó qué había pasado pues conocía la respuesta y no era necesario hacerse la pregunta, estaba agotado, roto, fracasado.
“Tenia posibilidades”, comentaba un espectador. “Si, tenía muchas posibilidades, mas le faltó entereza, aplomo y mala leche”, sugería otro. “Su fallo es que creía en la solidaridad, pero no sabía que ésta es un valor que ya no cotiza en bolsa”, sentenciaba un tercero.  

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