Abres los ojos, te desperezas, te estiras debajo de las sabanas. La luz invade la habitación y aunque nublado el día reclama actividad. Te levantas, te lavas la cara o te duchas, bebes un vaso de agua y con tranquilidad, sin prisas, te sientas, mientras escuchas la radio, ante una jugosa tarta de almendra, un refrescante zumo de naranja y un chocolate negro y algo picante.
Dicen que el desayuno debe ser una de las principales comida del día y quizás por ello no todo es café y tostada a esa horas. Hay desayunos monótonos, grasientos, copiosos, desatascantes, clásicos, minimalistas, caprichosos, adelgazantes, sabrosos, frios, exóticos, abundantes, raros, excesivos, templados, estresantes, escasos, tranquilos, inocuos, calientes e inquietantes. Hay desayunos, hay tiempo, hay ganas, hay lugares.
Desde hace años me gusta cuidarlo, (sobre todo desde que sigo algunas consignas, no todas, del doctor Seignalet). Práctico al menos cuatro tipos de desayuno, que podríamos catalogar como: Desayuno rutinario, (plato repleto de plátano, kiwi, nueces, cacao y arroz inflado, todo bien regado de batido de soja). Desayuno especial, ( plato con plátano, mandarinas, nueces y miel, acompañado por tortas de arroz con jamón ibérico y un vaso de batido de soja fresco). Desayuno azaroso, (cuando por azar queda de la noche anterior algo de tortilla, la acompaño de kiwi, plátano y tomate, con tortas de arroz impregnadas en crema de cacahuete y un vaso de batido de soja ). Y por último el desayuno esporádico, suele ocurrir cuando viajo a Almería. Nos levantamos temprano y nos dirigimos al Alquián, partida rural cercana a la ciudad, allí hay una churrería con forma de quiosco, es domingo y se respira calma, nos ponemos a la cola y cuando nos toca pedimos una rueda de 2 euros, la rueda equivale a unas 5 o 6 raciones normales. En frente, hay una cafetería, entramos, cogemos una mesa, pedimos dos cafés con leche y unos azucarillos, y rodeados de otras mesas con su rueda de churros en el centro, damos cuenta de la nuestra. Al terminar recogemos las sobras y las depositamos en el contenedor, mientras pagamos los cafés clientes nuevos entran llevando churros y ocupan las mesas vacías.
No hace frío, es una mañana soleada de invierno, al salir a la calle, la churrera sigue trabajando, la cola no ha desaparecido se renueva continuamente. Son las nueve y apetece un paseo por el mercado o por la playa
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