"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

miércoles, 23 de marzo de 2011

La ejecución. Relato-réplica

(Sexta réplica a un relato de Antonio Roda. El original pódeis leerlo en la siguiente dirección:
http://lacomunidad.elpais.com/antoni/2010/1/19/asesino-asesino
Un Saludo)


Qué como me llamo. Mi nombre no tiene importancia, tan solo soy el brazo ejecutor. La orden esta dada y ha llegado el momento de que pague sus deudas con los hijos, hijas, madres, padres, abuelos, abuelas, de todos los secuestrados, torturados, ejecutados, desaparecidos. 

Entro en el bar, el aire cargado de humo crea un ambiente relajado, se respira paz. El lugar es un paréntesis, un espacio aislado del caos, donde los elegidos disfrutan, saborean sorbo a sorbo su estatus, su asegurado nivel de vida. Lo veo al fondo, en la barra, absorto leyendo el periódico, nadie diría que tras esa fachada impecable, ese aspecto relajado y feliz se esconde un verdadero hijo de puta, un perro guardián con apariencia de dandi. Atravieso la sala, nadie repara en mi presencia. Ya en la barra, pido un gin-tonic. A mi derecha, enfrascado en la lectura, lo noto ausente, disfrutando de un merecido descanso tras una jornada dura de sangre, gritos y heces involuntarias. Recién duchado, pulcramente afeitado. El aroma de la colonia con la que oculta sollozos y súplicas me roza la cara cada vez que pasa la hoja del diario. Introduzco la mano en la sobaquera y palpo el cálido metal de la pistola. Tomo un sorbo y paladeo el ligero sabor amargo de la ginebra, el refrescante burbujeo de la tónica. El cabrón sigue tranquilo, ignorante de su destino. Desenfundo con suavidad y le apunto a la cabeza, que gira hacia mí atraído por el movimiento. Sus ojos denotan incredulidad, una sonrisa tímida brota de sus labios. Disparo un tiro preciso y cae como lo que es, un amasijo de carne, al reluciente suelo acristalado. Los clientes dirigen su mirada hacia mí. Un segundo fogonazo le destroza la cabeza. Enfundo la pistola y salgo del local con paso firme mientras los testigos vuelven a sus quehaceres como si nada hubiera ocurrido. 

No importa como me llamo, solo importa que hago mi trabajo.

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