Cuando recuperar la memoria, vagar por espacios difusos, tenues y quizás falsos, se vuelve una necesidad, casi una obligación. Cuando me invaden imágenes dispersas de un niño silencioso, de ojos grandes y curiosos. Cuando se apaga la luz y el crio solitario se acerca y me da la mano. Cuando me despierto envuelto en sudor y con recuerdos vagos entre montañas de tierra, libros baratos y un fusil de madera. Cuando el sabor de las malvas o el “pan y quesillo” de las acacias invaden mi boca. Cuando pierdo la seguridad de que todo eso haya ocurrido y en el fondo importa poco. Cuando miro hacia atrás y compruebo que es mi historia, que ella me ha traído aquí y a ella me debo, aunque a veces solo sean construcciones de una imaginación atrapada, de una imaginación perdida bajo un sol de invierno en una tarde fría de la meseta.
miércoles, 2 de marzo de 2011
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