"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

miércoles, 8 de junio de 2011

Relatos de un asesino 9. Cuando la vida mancha

Siempre he procurado vivir al margen, no implicarme, sin embargo la vida, ya se sabe, tarde o temprano mancha. Aquella noche regresaba a casa cuando me llamó la atención un audi 8 parado en el arcén del que era arrojada una chica joven. Al llegar a ella comprobé que había sido maltratada hasta morir. Seguí al coche hasta su destino, una lujosa casa en un barrio residencial. Debería haber olvidado el asunto, no me incumbía, mas por alguna razón extraña me quedé vigilando la vivienda. Hacía frío, estaba cansado y no entendía que hacia allí, nadie había solicitado mis servicios. Amanecí confuso y con un terrible dolor de cabeza, necesitaba un café y una copa o mejor una ducha y una cama. Tan solo un cigarro y un poco de aire fresco regalé a mi cuerpo dolorido. Salí del coche, necesitaba estirar los músculos y aclarar las ideas, ¿qué me ocurría?, ¿qué pintaba en aquel barrio?. El sol ya iluminaba la calle cuando se abrió la puerta del garaje y vi salir al vehículo, era de color gris oscuro, se dirigía a la ciudad y decidí seguirlo. Al pasar por un lavadero de coches entró. El conductor, un individuo alto y elegantemente vestido, con un traje haciendo juego con la carrocería,  se dispuso a desayunar en la cafetería contigua mientras su coche era limpiado a conciencia. De buena ganas habría entrado, falto estaba de algo caliente que echar al estomago, pero no quería llamar su atención por lo que permanecí sentado al volante escuchando “La Flauta Mágica” de Mozart, un cd algo deteriorado de tanto oirlo, suele ocurrirme con todo, ¿será falta de atención o simplemente vagancia?, algún día tendré que averiguarlo. No había pasado media hora cuando el audi volvía al asfalto, brillante e impecable como su dueño. Al llegar al centro, el coche desapareció en el aparcamiento de un banco, esperé unos minutos que aproveché para desayunar y asearme en los lavabos del bar. Tenía un aspecto deplorable y necesitaba un afeitado por lo que al salir entré en una barbería cercana. Algo más presentable y con el cerebro más despierto me dirigí a la oficina bancaria. No tardé en localizarlo, sentado en su despacho de paredes de cristal con un letrero a la entrada que decía, director. Solicité una entrevista, pasados unos minutos me recibió con una amplia sonrisa y unos modales exquisitos. Mientras hablábamos, pude ver, presidiendo la mesa, una foto de familia, su mujer y sus dos hijos, rebosantes de salud y felicidad, ignorantes de lo que él hacía fuera del recinto familiar. Ellos no tenían ninguna culpa, pero menos la infeliz chica de la carretera. Abandoné su despacho con una decisión clara, debía de pagar por lo que había hecho. No tardé muchos días en encontrar el momento oportuno y esta vez la presa debía de saber que había una razón. La ejecución fue lenta, tuvo tiempo para implorar, para intentar comprarme, para no impedir lo inevitable. Cuando terminé cogí su cartera, llevaba suficiente dinero como para sentirme pagado. Como ya sabrán, yo nunca hago las cosas gratis.

1 comentario:

  1. Disfrute tu historia no sabes cuanto. A muchos talves les asustaria el solo hecho de comenzar a relatar una historia de un asesino, pero tu lo hiciste con una fluides admirable.

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