"...Quien siempre sabe a donde va nunca llega a ninguna parte, y que sólo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."
(Javier Cercas, La velocidad de la Luz)

sábado, 13 de marzo de 2010

Cuentos encadenados 15: Un fin de semana extraño

Por suerte era sábado por la tarde y hasta el lunes no tenía que trabajar. Se encontraba sólo y había decidido no ver a nadie. Tenía de todo en casa por lo que descolgó el teléfono, apago el móvil, cerró las ventanas para que no llegara ningún ruido del exterior, desconectó el timbre de la puerta e instaló la nevera y el microondas al lado del sofá. Sobre la mesa descargó decenas de bolsas de patatas, snacks, chetos y demás artilugios comestibles y se sentó cómodamente con el mando a distancia en la mano.
Frente a sus ojos, dominando el salón, la última maravilla de la técnica audiovisual, pantalla ultra fina de 60 pulgadas con ambilight, Full HD y una resolución de 5120 x 2160, clear de 440 Hz y perfect pixel HD engine. Todo ello para conseguir una imagen perfecta y un potente sonido, capaces de transportarlo a los mundos más insospechados.
Pulsó el botón de encendido y abrió la primera bolsa, mientras sus pupilas dilatadas no apartaban la vista de la pantalla, sus manos bien entrenadas abrían bolsas, metían pizzas en el microondas, destapaban botellas de refresco. Su boca con gran agilidad engullía sin pausa cuanto se le acercaba. Las imágenes invadían la habitación y envolvían todo a un ritmo frenético. Su vientre crecía y crecía transformándose en una masa viscosa que reventaba los pantalones y avanzaba por el suelo como una mancha de aceite. Los personajes de turno abandonaban el guión y se unían a la fiesta gastronómica, devoraban el liquido glutinoso a mayor velocidad que este se producía. El microondas echaba chispas de no parar de calentar comida preparada. La basura se acumulaba por el suelo flotando sobre la gelatina, de la que se nutrían fantasmas, asesinos, zombies, monstruos y demás figurantes de películas de terror. Pasaban las horas y su cuerpo preso de una compulsión bulímica se volvía cada vez más amorfo, más pringoso, disolviéndose en ese liquido espeso alimento de la ficción.
Cuando el despertador sonó el lunes a las 6 de la mañana, se despertó sucio, vomitado, con décimas de fiebre por lo que llamó a la oficina y avisó de que por culpa de la gripe no podía ir a trabajar

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